miércoles, 31 de agosto de 2011

EL CRECIMIENTO HACIA AFUERA

Entre estas dos fechas se extienden 50 años de crecimiento en la economía de los países hispanoamericanos, compuesto por diferentes ciclos, (guano, caucho, salitre.), fases de expansión productiva que son la consecuencia de las nuevas demandas y necesidades que el proceso de industrialización ha creado en Gran Bretaña, Estados Unidos, Alemania, Holanda, Francia. Donde los antiguos campesinos han abandonado las tareas del campo y se han convertido en obreros industriales que ya no producen alimentos pero que los demandan de manera creciente, según aumenta su capacidad de consumo. Este hecho estimula el cultivo en tierras hispanoamericanas de ciertos productos como café, azúcar, cereales, carne y plátanos. Al mismo tiempo, los avances del desarrollo industrial en los países antes mencionados exigen nuevas materias primas. El estaño boliviano es necesario para las latas de la industria conservera de alimentos; el henequén mexicano es utilizado por las cosechadoras de cereales en Estados Unidos; el cobre peruano y chileno resulta indispensable para el tendido de la red eléctrica que ilumina ciudades y pueblos en Europa y en Estados Unidos; con el caucho extraído de la Amazonia brasileña se fabrican los neumáticos que utiliza la floreciente industria automovilística de los países industrializados.
La economía de los países hispanoamericanos ingresa, mediante estas exportaciones, divisas para hacer sus importaciones (textiles, alguna maquinaria y objetos de lujo para las élites). Y el estado obtiene, a través de las tasas aduaneras que los productos deben pagar a su salida del país, el dinero necesario para satisfacer los intereses de las deudas contraídas con los bancos británicos y alemanes. Los préstamos extranjeros constituyen la principal fuente de financiación de las naciones hispanoamericanas, que intentan cohesionar y modernizar sus tierras mediante la construcción de obras públicas (caminos, puertos, red de ferrocarril) y establecimientos sanitarios. Su dependencia de las exportaciones es, por tanto, doble, mercantil y financiera. No sólo las importaciones dependen de ellas sino también el pago de la deuda externa, lo que hace que estas sociedades sean extremadamente sensibles a las oscilaciones en los precios de sus exportaciones.

Como pronto van a descubrir, los precios de las exportaciones resultan ser mucho más inestables que los de las importaciones. El valor en el mercado de productos como él café suele sufrir fuertes caídas, debido a cíclicas crisis de superproducción (1896, 1906, 1913.). Estas caídas debilitan a los productores, que se ven obligados a vender la cosecha para pagar a los trabajadores, sea cual sea el margen de beneficio que les quede después. Las casas comercializadoras, que como se ha visto anteriormente pertenecen a firmas metropolitanas (inglesas, alemanas y, cada vez más, estadounidenses), para evitar un derrumbe similar de precios en los centros consumidores, retienen su stock y lo van lanzando al mercado de manera gradual. Esta operación "especulativa les reporta inmensos beneficios: el café es una ganga en el país productor pero mantiene su valor en el mercado consumidor, lo que dispara el beneficio obtenido por quienes lo comercializan. La debilidad de los productores se agudiza con cada crisis y les obliga, en ocasiones, a vender sus tierras para poder hacer frente a pagos y deudas. De esta manera, con cada crisis, la propiedad del sector productivo va pasando de las manos de los terratenientes locales a las de bancos y compañías extranjeras, principalmente inglesas y norteamericanas. En Guatemala, por ejemplo, los alemanes se hacen con el 60% de las haciendas cafeteras. En Brasil se cultiva en régimen de gran propiedad y los terratenientes, brasileños, que disponen de vastas influencias políticas, deciden afrontar el problema. En 1924 decreta el Instituto del Café con el fin de estabilizar los precios y evitar sus periódicas caídas mediante la compra de toda la producción. Esta iniciativa revela la fortaleza de los productores brasileños, que se deciden a ejercer un efecto regulador que proteja su producción. A largo plazo, sin embargo, la política del Instituto tendrá efectos negativos, ya que la estabilidad del precio estimula la aparición de nuevos productores, además de favorecer a otros países latinoamericanos (Colombia, Venezuela y El Salvador) en sus ventas.
Repúblicas bananeras. La implantación del banano en la mayoría de los países centroamericanos (Costa Rica, Nicaragua, Guatemala, Honduras y Panamá) que se dedican a su producción, casi como único cultivo, fue llevada a cabo por una empresa norteamericana, propietaria de inmensas plantaciones que llegaron a funcionar como estados dentro del Estado, con su propia moneda, policía y red de ferrocarril. Cabe imaginar la influencia y la capacidad de presión de estas grandes compañías sobre la política local: desde la corrupción dé los gobernantes hasta la intervención armada de EE UU, todo vale para asegurar los gigantescos beneficios, superiores, en muchos casos, al presupuesto nacional de estos países.
En Cuba y Puerto Rico, las grandes centrales azucareras pertenecen a firmas estadounidenses que pueden dictar sus precios a los cultivadores, gracias al control del transporte en el área productora (al igual que en el caso del banano centroamericano, los ferrocarriles que conectan las áreas de cultivo con el puerto de embarque pertenecen a las compañías comercializadoras) y de los canales de venta y distribución. Además, Estados Unidos absorbe prácticamente toda la producción de banano y azúcar latinoamericanos (que en el Viejo Mundo sufre la competencia de las colonias británicas, francesas, Jamaica y la Guayana copan el mercado europeo, y de los cultivos de remolacha en el caso del azúcar), lo que aumenta la situación de dependencia de estos países respecto al vecino del Norte.
Las pampas argentina y uruguaya se dedican al cultivo de cereal y a la ganadería vacuna. La propiedad de la tierra está en manos de terratenientes locales, pero no así los canales de comercialización. En el caso de la carne, los frigoríficos, indispensables para su enfriado y exportación, pertenecen a firmas extranjeras. Cuando la tendencia al monopolio del mercado pone en unas pocas manos las distintas firmas de frigoríficos, los terratenientes deben aceptar los precios bajos fijados por las casas comercializadoras, si quieren encontrar salida para su producción. De esta manera, sus esfuerzos en la modernización del sector y la calidad de la producción, no redundan en un aumento de los beneficios.
En el caso de las minas, los capitales nacionales son incapaces de asumir las inversiones que exige su modernización y las compañías extranjeras acceden de esta manera a la propiedad. Empresas británicas y norteamericanas se hacen con la producción de plata (Perú y México). El cobre chileno pertenece a filiales de las compañías norteamericanas Anaconda y Kennecott y la explotación petrolífera en México y Venezuela corresponde a la petrolera estadounidense Standard Oíl y a otras compañías inglesas y holandesas.

El crecimiento hacia afuera tenía la característica muy importante de vender   los productos producidos a otros países, pero para que eso se diera empresas de otros países desarrollados tendría que establecer filiales dentro del país, a fin de que exploten la MP o bienes alimenticios. Es por eso que una pequeña parte eran de personas del alto gobierno pero la mayoría de los dueños de las empresas establecidas eran propiedad de los extranjeros ya que estos traían la maquinaria al país. Esto ocasiona la creación de vías ferroviarias, aeropuertos, medios de comunicación telégrafos y con la creación de los   bancos todo esto para influir o incitar a los empresarios extranjeros a invertir en el país.